Actualmente, nuestro sistema económico mundial se basa en la globalización y la producción masiva. Si bien nos había «funcionado» hasta ahora, después de la pandemia hemos sido testigos de que se trata de un sistema obsoleto que pende de un hilo: un fallo minúsculo en la gran cadena de suministro internacional tiene consecuencias nefastas para nuestros bolsillos.
En 2022, la inflación en España se disparó a máximos que no se veían desde hacía 40 años. Esto ha hecho que se derritan los ahorros de las familias, ya que con los mismos ingresos debemos pagar más por los productos esenciales: agua, comida, electricidad…
Cada vez necesitamos más dinero para comprar la misma cesta de la compra. En otras palabras: cada vez somos más pobres.
Está en peligro nuestra seguridad financiera y nuestro estilo de vida: es injusto que tengamos que trabajar más y vernos con más dificultades para llegar a final de mes.
Efectos de la industria agroalimentaria
Estamos acostumbrados a consumir productos de todo el mundo al mínimo precio posible: aguacates, kiwis, cocos, piñas, pescados exóticos, mariscos…
A todos nos encanta tener cada día aguacate para nuestras tostadas del desayuno o comer sabrosos tomates en diciembre.
Sin embargo, para traer desde el otro lado del mundo estos productos o cultivarlos fuera de temporada, necesitamos una cadena de suministro (aviones, barcos, caminones) y un sistema de hiperproductividad que contamina nuestros mares, el aire que respiramos y desgasta nuestros suelos.
El problema de lo «ecológico»
Debido a este sistema de producción masiva, se utilizan productos químicos perjudiciales para la salud. Dichos procedimientos son abusivos para el entorno natural y reducen progresivamente la fertilidad del suelo, creando alimentos cada vez de peor calidad y con menos nutrientes necesarios para el bienestar de nuestras familias.
Sumado a la inflación, estamos pagando cada vez más, pero recibimos cada vez menos calidad. La comida saludable producida en proximidad y libre de químicos es cada vez más cara.
Los consumidores conscientes de esta situación sufren un problema económico añadido: se ven obligados a buscar alternativas con etiquetas «ecológicas» o «bio». Esta etiqueta suele ir acompañada de un aumento considerable en el precio del producto y su consecuente incremento en la cesta de la compra.
¿Por qué tenemos que pagar más por una naranja que no lleva químicos que por otra que sí los lleva y que viene de la otra parte del mundo?
Una naranja ecológica de Brasil, por mucho que lleve el sello ecológico, ¿es realmente sostenible si ha sido traída hasta aquí en un barco que ha contaminado a lo largo de miles de kilómetros nuestra atmósfera?
Nuestros abuelos eran agricultores y pudimos ver cómo cada año les pagaban menos por sus productos y dependían económicamente de las subvenciones para la agricultura. Su trabajo dejó de ser rentable debido a la globalización y el gran consumo de productos de otros países que promocionan el bajo coste en lugar de la calidad y la proximidad.
Ejemplo de ecológico vs. sostenible
El término ecología surge de las palabras griegas oikos (casa, vivienda, hogar) y logos (estudio o tratado); ecología significa, por tanto, «el estudio del hogar». Actualmente, se considera ecológico todo aquel producto o actividad donde no se han empleado compuestos químicos que dañen el medio ambiente. Es un término que se suele usar especialmente en agricultura y cosmética: tomates ecológicos, huerta ecológica, aceites esenciales ecológicos…
Por otro lado, el término sostenibilidad implica que una actividad puede mantenerse durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente. Hace referencia a un sistema y desarrollo que cubra nuestras necesidades actuales sin comprometer las de futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre crecimiento económico, cuidado del medio ambiente y bienestar social.
En resumen: que un producto sea ecológico no significa que sea sostenible.
Pongamos un ejemplo para aclarar la diferencia entre ecológico y sostenible, pues son términos que tienden a generar confusión.
La leche de soja ecológica tiene poco de sostenible, ya que normalmente esa soja se ha cultivado a miles de kilómetros de distancia y se ha transportado en buques marítimos que consumen cantidades ingentes de combustibles fósiles, contaminando nuestra atmósfera con dióxido de carbono (CO2).
¿Qué puedo hacer para ser más sostenible?
Sin duda, necesitamos un cambio de paradigma para garantizar nuestro bienestar y el de las futuras generaciones. Y el cambio comienza en cada uno de nosotros.
Como sociedad, nuestra meta no debe ser producir más con más, sino aprender a usar lo que ya tenemos y no aprovechamos.
Así nació Noah Ecoliving: no somos perfectos, 100 % ecológicos o perfectamente sostenibles, pero hemos creado un proyecto con un enfoque 360º basado en el modelo de economía circular.
Si quieres saber más sobre cómo puedes accionar la transformación sostenible, visita nuestra web y únete a los eco-changers.